Además de la jubilación, ¿hay otros acontecimientos
desestabilizadores para la memoria? ¿Qué puede suceder en nuestra vida
que nos haga tener pequeñas lagunas o, incluso, amnesia?
Los hijos se van de casa, hay quien cambia de piso para ir a vivir a uno
más pequeño, otros dejan la ciudad para ir a vivir al campo, nacen los
nietos... Pueden aparecer problemas de convivencia con el cónyuge
–es posible que ya existieran pero que el ritmo de la vida diaria y
profesional impidiera valorarlos en su justa medida– y llegar al
divorcio o a algún tipo de separación... Cada acontecimiento de la vida
nos obliga a reposicionarnos con respecto a nosotros mismos y a los
demás. Hay que adaptarse a la nueva situación, pero nunca es fácil. Y el
tiempo pasa. El envejecimiento no afecta a la memoria, pero sí multiplica los momentos dolorosos.
Primero sufrimos por abandonar la actividad profesional; después, por la marcha de los hijos. Luego, por la desaparición de personas a las que queremos. Nos enfrentamos a la muerte: a la de nuestros padres; quizá a la de nuestro cónyuge; a veces, a la de amigos próximos. Recuperar el equilibrio una vez sometidos a semejante prueba requiere tiempo y esfuerzo. El duelo puede durar desde meses a años (generalmente dos como media). Es frecuente que, tras la muerte de un ser querido, aparezcan problemas de memoria,
pero es raro que el afectado sea consciente de la relación entre ambos
hechos. Una señora, por ejemplo, se quejaba de que casi siempre olvidaba
coger las llaves de su casa y de que ya varias veces se había quedado
en la calle sin poder entrar. Cuando se puso a pensar, se dio cuenta de
que ese olvido
reiterado empezó a producirse después de quedarse viuda: su marido
había muerto en esa casa, y lo que realmente ocurría era que ella no
quería vivir allí.
Información procedente de: http://www.plusesmas.com
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