Cuatro avances que cambiarán el estudio del cerebro y sus enfermedades
La revista Science, como cada fin de año, ha destacado los diez descubrimientos más importantes de 2013. La lista aparece el número del 20 de diciembre de la revista. De ellos, cuatro están relacionados con el cerebro.
El cuarto lugar del Top Ten de Science lo ocupa el método ideado por
investigadores de la Universidad de Stanford liderados por Karl
Deisseroth para hacer transparente el cerebro. “Llamado CLARITY, hace que el tejido cerebral se vuelva transparente
como un cristal. El método sustituye los lípidos que forman parte de
las membranas celulares por un gel transparente pero preserva las
neuronas y otras células cerebrales, así como los orgánulos de su
interior”. El equipo de Deisseroth logró transparentar un cerebro de
ratón entero, para así poder observar mejor su interior, utilizando
diversas técnicas de tinción que marcan selectivamente tipos celulares,
neurotransmisores o proteínas.
El trabajo, publicado el pasado mes de abril en la revista “Nature”,
abre una nueva ventana al estudio del cerebro. A diferencia de otros
intentos anteriores, que hacían al tejido cerebral demasiado frágil para
trabajar con él, CLARITY confiere la suficiente robustez al cerebro
para infiltrarle repetidamente con los marcadores específicos. Según
algunos investigadores, señala Science, este destacable avance podría
acelerar hasta cien veces tareas como contar todas las neuronas una
región concreta del cerebro y podría incluso ser más informativa que los
técnicas de imagen de tejido cerebral postmortem. De momento, la
técnica está limitada a una pequeña porción de tejido: sólo “clarificar”
el cerebro de 4 milímetros de diámetro de un ratón lleva nueve días.
Pero el paso está dado.
Karl Deisseroth
es también uno de los “padres” de otra técnica que los neurocientíficos
utilizan con mucha frecuencia: la optogenética, que permite activar y
desactivar neuronas mediante luz láser. Posiblemente, sus trabajos le
hagan merecedor del Nobel en un futuro no muy lejano.
Miniórganos de laboratorio.
En quinta posición se encuentran los miniórganos creados en el laboratorio, incluido un minicerebro,
además de riñones e hígados diminutos, obtenidos a partir de células de
la piel. El trabajo que detallaba la obtención de un “organoide
cerebral” del tamaño de un guisante se publicó también en “Nature” el
pasado mes de agosto. Lo llevó a cabo un equipo de investigadores
liderados por el austriaco Juergen Knoblich. “Tales órganos humanos
miniaturizados podrían ser modelos mucho mejores que los animales para
el estudio de las enfermedades humanas”.
La técnica ya se empleó con éxito para estudiar un trastorno del
desarrollo, la microcefalia, que impide que el cerebro alcance un tamaño
adecuado, y lograron además corregirlo in vitro reemplazando el gen
defectuoso. Y es que estos diminutos cerebros desarrollan todas las
capas del cerebro de un feto en desarrollo. Se obtienen a partir de células madre pluripotenciales inducidas
(iPSCs), obtenidas a partir de células de la piel. Estas células
“pueden llegar a formar modelos interesantes para estudiar mecanismos
fisiológicos humanos y enfermedades. Asimismo, se han utilizado para
estudiar el mecanismo de acción de nuevos fármacos y para determinar su
eficacia y falta de peligrosidad. Lo que no es usual, entre otras cosas
por el fracaso al intentarlo, es construir un órgano determinado a
partir de unas pocas células en cultivo. Y mucho menos usual, que ese
órgano fuese el cerebro”, explicaba a ABC Juan A. de Carlos investigador del Instituto Cajal (CSIC) y experto en desarrollo del telencéfalo.
Lavado de cerebro nocturno
Otro de los avances destacados por Science es el descubrimiento de
que mientras dormimos el cerebro aprovecha para hacer una limpieza
nocturna a fondo. Las células cerebrales parecen encogerse para aumentar
en un 60% el espacio libre para que fluya el líquido cefalorraquídeo,
encargado de las labores de limpieza en el cerebro. Un auténtico lavado de cerebro nocturno, para estar frescos al día siguiente.
El trabajo, llevado a cabo con ratones y publicado en “Science” en
octubre pasado, muestra que, diferencia de lo que ocurre en algunas
grandes ciudades, donde el camión de la basura circula en hora punta, en
el cerebro las tareas de limpieza son incompatibles con un buen
procesamiento de la información durante el día. Así lo explicaba Maiken Nedergaard,
que lideró la investigación: «El cerebro dispone de energía limitada y
parece que tiene que elegir entre dos estados funcionales: despierto y
consciente o dormido y realizando tareas de limpieza». Además una
cuestión fundamental de la biología: ¿Por qué dormimos? Según el
trabajo, esta limpieza estaría entre los motivos fundamentales de que
cada noche caigamos en brazos de Morfeo.
Flora intestinal
Tres millones diferentes de genes se expresan en nuestro interior.
Forman parte del genoma de nuestra flora intestinal o microbiota. Frente
a ellos, los aproximadamente 20.000 genes de la especie humana son una
nadería. No es de extrañar que nuestros inquilinos invisibles se estén
haciendo notar cada vez más. Parecen tener bastante “peso” en el
desarrollo de patologías como la diabetes o las enfermedades autoinmunes
o en nuestra facilidad para acumular kilos de más. Influyen mediante
los metabolitos que producen en nuestro estado de ánimo y la ansiedad
que experimentamos. Y al parecer pueden también modificar nuestro
comportamiento.
Las últimas investigaciones, como la publicada en la revista Cell
este mismo mes, apuntan en esa dirección: En los trastornos del
desarrollo neurológico, incluyendo los del espectro autista (TEA), hay
subgrupos de individuos que presentan una variedad de anomalías de
trastornos gastrointestinales (GI). Modelos de ratón para el estudio de
los TEA señalan alteraciones de la barrera gastrointestinal y la
microbiota en la activación inmune materna. El tratamiento oral de la
descendencia de estas madres con Bacteroides fragilis, comensales
humanos, corrige la permeabilidad intestinal, altera la composición
microbiana, y mejora los defectos de comunicación y comportamientos
ansiosos así como las estereotipias sensoriomotoras en modelo de ratón.
Estas crías tienen perfil metabolómico sérico alterado y B. fragilis
modula los niveles de varios metabolitos. Esta investigación apoya una
conexión entre el cerebro y el intestino a través del microbioma al
menos en modelos de ratón lo que abre la puerta a una potencial terapia
probiótica para corregir síntomas conductuales en los trastornos del
neurodesarrollo humanos.
¿Qué papel juega la flora intestinal en la salud del cerebro? Así respondía a esta pregunta en septiembre pasado
Ana Frank, jefe de sección de Neurología y coordinadora de la Unidad
de Trastornos Cognitivos y del Comportamiento del Hospital Universitario
la Paz
«Hasta ahora la investigación la hemos centrado demasiado en el
cerebro, como órgano aislado, y no hemos investigado la influencia de
otros órganos, como el tubo digestivo y el sistema endocrino», explica
la doctora Ana Frank. Cada vez se investiga más la composición de la
microbiota intestinal, el conjunto de bacterias que habitan en nuestro
sistema digestivo, y su relación con diversas enfermedades, desde
metabólicas hasta mentales, señalas esta experta. «Varias teorías
apuntan a una relación estrecha entre el tubo digestivo y el cerebro.
Incluso el desarrollo de esa microbiota durante al infancia puede
determinar la composición de receptores de diferentes neurotransmisores
en el cerebro en maduración y la respuesta inmunológica frente a
patógenos». Una relación que comienza en los primeros años de vida pero
podría incluso condicionar la forma en que el cerebro responde en la
vejez.
Información procedente de: http://abcblogs.abc.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario