Un modelo de los flujos de la actividad cerebral creado por científicos de la Universidad de Granada muestra que existe un equilibrio crítico entre avalanchas y calmas cuya ruptura puede provocar patologías mentales
Hace 107 años, un aragonés logró el único premio Nobel de
ciencia labrado hasta ahora dentro de nuestras fronteras con la única
ayuda de un microscopio, útiles de dibujo y una mirada inquisitiva. Más
de un siglo después, el camino pionero emprendido por Cajal
ha avanzado tanto que, por paradójico que parezca, hoy el conocimiento
acumulado de la trama y la función del cerebro es algo tan complejo que
escapa a la propia comprensión del órgano que lo investiga.
Por suerte, los investigadores de hoy cuentan con una
herramienta tan imprescindible como para Cajal lo fueron sus lápices.
Proyectos como el Blue Brain
y el Human Brain Project utilizan superordenadores para crear modelos
de simulación del cerebro humano, lo que ha convertido la investigación
puntera en neurociencia en un trabajo conjunto de biología, física,
matemáticas y computación. Hoy existen modelos básicos que los
científicos pueden emplear como recreación informática del cableado
cerebral. Pero la tarea no acaba aquí: una vez dibujada la arquitectura
estática del cerebro, hay que poner en movimiento toda esa circuitería.
“Utilizando una sencilla analogía, es como si tuviéramos a nuestra
disposición, por un lado, un detallado atlas de carreteras, y por otro,
un mapa del tráfico en distintos y determinados momentos del día”,
resume Miguel Ángel Muñoz, catedrático de Física Teórica y Computacional
de la Universidad de Granada (UGR).
Muñoz y su colega Paolo Moretti trabajan en el Instituto
Carlos I de Física Teórica y Computacional y en el grupo de
investigación en Física Estadística y de los Sistemas Complejos de la
UGR. Allí cuentan con el superordenador PROTEUS, que les ha permitido
simular ese tráfico eléctrico de la actividad cerebral utilizando como
atlas de carreteras el mapa de la conectividad neuronal más preciso que
existe, elaborado por el neurocientífico Olaf Sporns en la Universidad
de Indiana (EE.UU.).
Lo que Muñoz y Moretti han logrado es reproducir la
circulación por la red neuronal en distintas condiciones de actividad o
reposo para analizar cómo y en qué regiones del cerebro se distribuye
ese flujo electroquímico. “Los episodios de actividad neuronal
constituyen un mecanismo para entender cómo la información codificada en
las neuronas viaja de un lugar a otro del cerebro, haciendo así posible
la integración de toda la información, dando coherencia al sistema”,
apunta Muñoz.
Terremoto en la cabeza
Según publican los científicos en la revista Nature Communications, lo que han descubierto es que los patrones de actividad cerebral varían enormemente en intensidad,
entre la llovizna y el diluvio. En algunos casos se producen avalanchas
que, explica Muñoz, “no podemos comparar con el ejemplo del tráfico,
porque para ello debería ocurrir que los coches, en un punto, pudiesen
desdoblarse en varios y multiplicarse o evaporarse”. El físico asemeja
estos episodios a “terremotos que continuamente perturban la superficie
de la Tierra, y que en un proceso de cascada desencadenan avalanchas
sísmicas de gran variabilidad”.
De acuerdo a los investigadores, la estructura jerárquica del cerebro posee el mando de control
que permite regular la magnitud y la extensión de estas avalanchas, y
si algo falla, las consecuencias pueden ser muy graves. “Si las
avalanchas fuesen demasiado breves, la información codificada en ellas
no podría viajar de una parte a otra del cerebro y no habría una
coherencia suficiente para las operaciones cognitivas”, señala Muñoz.
“Por otro lado, si las avalanchas fuesen siempre demasiado intensas, el
cerebro estaría en un estado perpetuo de terremoto devastador, o dicho
con algo más de precisión, en un estado de perpetua actividad epiléptica”.
El trabajo de Muñoz y Moretti resalta que esa capacidad de
modulación permite al cerebro trabajar en un equilibrio crítico para que
la información llegue a todas partes sin saturar el sistema. “Operar en
condiciones críticas ofrece ventajas funcionales, como capacidades de
computación óptimas, memoria y un amplio rango dinámico”, escriben los
autores en su estudio. Pero se trata de un delicado balance en el punto
justo entre el exceso y el defecto, dos posibilidades que “serían
nefastas para el correcto funcionamiento del cerebro y ambas se pueden
relacionar con patologías mentales”, concluye Muñoz. Algo que el
escritor Philip K. Dick, autor del relato que dio origen a la película Blade Runner, observó con otras palabras: “La distinción entre la cordura y la locura es más estrecha que el filo de una navaja”.
Información procedente de: http://www.abc.es
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