No llevar la contraria.
Las manías y obsesiones del Alzheimer agotan a los cuidadores
Nuestra insistencia para que cambien su comportamiento sólo les producirá mucha frustración y por consiguiente mucha rabia y en algunos casos violencia.

La variedad de obsesiones es infinita. En los años que llevo relacionándome con familiares de enfermos he ido recogiendo una amplia muestra que incluye toda clase de lo que, a menudo, son llamadas “manías”.
Recuerdo el caso de una señora que iba continuamente al baño, obsesionada con lavarse las manos cada 5 minutos. Su hijo trataba de convencerla de que las tenía limpias, pero era un intento fracasado.
O el de un señor que había vuelto a la época de la Guerra Civil y se pasaba el tiempo oyendo bombardeos y tiros que sólo él escuchaba. Esto, por un lado le producía un estado de miedo y de nervios, que empeoraba cuando sus familiares trataban de convencerle de que lo que él oía no era real.
Nada puede cambiar la percepción que el enfermo tiene. Lo que él/ella siente o cree es una realidad, no sirve de nada argumentar, razonar o discutir, en el peor de los casos. Nuestra insistencia para que cambien su comportamiento sólo les producirá mucha frustración y por consiguiente mucha rabia. Esto, en aquellas personas con un carácter más fuerte, puede concluir en un episodio de enfado e incluso de violencia.
Todo lo que sabía sobre obsesiones se ha vuelto de pronto imprescindible. Ahora es mi padre el que vive en una realidad sólo suya. Hemos disfrutado de unos meses de tranquilidad, en los que le veíamos tranquilo y contento. Sin saber cual ha sido el detonante ha comenzado a vivir en una obsesión de huida permanente. La preocupación que produce en todos nosotros este estado de cosas es fácil de imaginar.
Sabemos que el Centro en el que reside cuenta con todos los sistemas de seguridad y que el personal está pendiente de él, pero la posibilidad de que logre su objetivo de “escaparse” y pueda perderse es un motivo para tener el móvil siempre a mano, y una llamada desde el Centro, por cualquier otra razón, es un sobresalto.
No tratamos de convencerle de que está todo en su imaginación, pero sí cambiamos de tema, buscamos algo de que hablar que a él le interese, le proponemos juegos y actividades para que centre su atención en otra cosa. Todo eso funciona mientras estamos con él, pero nada puede evitar que, al irnos a casa, tengamos el corazón en un puño.
Al menos, al no llevarle la contraria, no estamos provocando que su estado de alteración se agrave. Y pedimos cada día que esta mala racha pase.
Información procedente de: http://www.hechosdehoy.com
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